Por: Antonio Herrera
-Siento que es muy atrevido lo que te voy a decir.
Dijo Ramón con una mirada fuerte clavada a los ojos de Marcela. Hubo una pausa larga acompañada en el servir de los meseros.
Marcela dio un trago a su copa de vino.
-Estoy aquí por lo mismo. – dijo Marcela desviando la penetrante mirada de Ramón. –No tienes los mismos ojos, ya no te reconozco, me siento temblorosa y nerviosa a tu lado.
-Mírate ahora hablando solamente de mi falta de gentileza, que una dama tampoco ya eres y pretendes compararte como tal, ¿Dónde quedó tu delicadeza y espontaneidad? -Dijo Ramón dando un trago a su cerveza.
Marcela su puso roja en cuanto sus palabras iban saliendo. Sin titubear se reacomodó en su silla y lo señaló directo a la cara.
-¡Cállate la boca mariguano de mierda! Mírate ahora, presumiéndote a ti mismo sin que nadie te soporte. Yo tampoco quiero nada de ti.. Dime, ¿Cuándo empezaste a pretender?
-Cállate y no grites, por Dios, Marcela. -Le dijo Ramón con una cara de fastidio y desdeño. – Que bien tu sabes que nuestros jueguitos no nos iban a llevar a ningún lado.
Dejando una pausa corta Ramón añadió:
-¿Por qué empezamos a ser amigos?
-Dejamos de serlo cuando tus intenciones sobrepasaron las mías, y me despido antes de que me arruines. ¿Qué vulgaridades habrás dicho de mi? ¡Qué secretos contaste de mi! Pero si yo contara lo tuyo, tus cientos de besos furtivos y pasiones descontroladas, tus largas noches entre humo y luces neón.
Dijo enfurecida aún señalándolo con firmeza. Ramón dio un manotazo en la mesa derramando las bebidas y encogiendo Marcela en su silla.
-¡Tú no me vas a amenazar! -Dijo con fuerza. -Y para mi tus niñerías me tienen sin cuidado. Ilusa. Más ilusa que hace diez años. Y por Dios Marcela, ¿crees que debo comportarme como un caballero ante ti? Mujer digna de cabaret.
-¡Cállate Ramón! ¡Cállate! -Dijo con cara de fastidiada. -Desaste de mi o sigue aventando pestes. Y que encuentres un poco de paz ment…
Ramón no dejó ni que terminara su frase cuando se levanto de un golpe acercándose al lado de Marcela. Su mirada daba justo a sus muñecas.
-Te repito que estos jueguitos de víctima ya no me van. Y estás haciendo más ruido de lo que una mujer debería hacer. Fluida pero penosa, así te recuerdo. -Dijo sereno mientras regresaba a su asiento.
Marcela no dejaba de evadir su mirada. Titubeó.
-Y tú eras más tranquilo y controlado.
El corazón de ambos no dejaba de latir fuente y violentamente. Ramón buscaba efusivamente la mirada de Marcela que no dejaba de desviarla.
-Pues hay actos incuestionables. -Agregó Marcela aún sometida. -Y me voy pues estás irracional. Adios, viejo amigo.
Responder